Aquellos que hayan tenido o viven ahora con una mascota, y sobre todo un perro, sabrán del lazo que nos une con los animales, casi como un hermano de sangre. Porque en ocasiones, son ellos los que nos provocan la mayor dicha del día. Y no importa que sean cachorros o, como en la galería, se trate de perros que apenas caben en el sillón o en nuestra cama, siempre los tendremos cerca y no dejaremos de cargarlos cuando nos reciben en la puerta de nuestras casas o se avientan sobre nosotros en el sofá.
«Los motivos por los que se puede querer tanto a un animal con tanta intensidad; es porque se trata de un afecto sin ambivalencia, de la simplicidad de una vida liberada de los insoportables conflictos de la cultura. Los perros son más simples, no tienen la personalidad dividida, la maldad del hombre civilizado ni la venganza del hombre contra la sociedad por las restricciones que ella impone. Un perro tiene la belleza de una existencia completa en sí misma, y sin embargo a pesar de todas las divergencias en cuanto a desarrollo orgánico, existe el sentimiento de una afinidad íntima, de una solidaridad indiscutible.
A menudo cuando acaricio a Topsy me he sorprendido tarareando una melodía, que pese a mi mal oído, reconocí como el Aria de Don Juan. Mucho más agradables son las emociones simples y directas de un perro, al mover la cola de placer o ladrar expresando displacer. Nos recuerda a los héroes de la Historia, y será por eso que a muchos se los bautiza con el nombre de alguno de esos héroes».
Sigmund Freud.