Aixa Rizzo no es ajena a los piropos, tampoco lo es al acoso sexual.
Hace poco más de un mes, Rizzo, de 20 años, empezó a ser objeto de piropos callejeros por parte de un grupo de trabajadores cerca de su casa.
Cuando los obreros empezaron a subir el tono, esta estudiante de Buenos Aires, Argentina, decidió enfrentarlos y pedirles que por favor dejaran de «gritarle groserías».
Si bien un buen piropo puede ser considerado poesía, muchas veces lo que se escucha en las calles puede rayar en la agresión.
«Funcionó por un día», relata en su video de YouTube publicado el 2 de abril, que ya cuenta con más de 390.000 visitas. Ese día que decidió grabar su testimonio la situación había empeorado.
«No quiero pensar que sabían que estaba sola en casa», reflexiona Rizzo en su video. Tras una pausa, cuenta cómo al salir de su casa uno de los hombres la empezó a seguir y otros aparecieron en la esquina.
«¿Y a esta, a dónde la llevamos?», gritó uno. Aixa Rizzo decidió esperar hasta que se acercaran y hacer lo que desde hacía tiempo tenía planeado en un caso así: rociarlos con gas pimienta. Escapó, paró el primer taxi que pasó.
Esta no es la primera vez que Rizzo es víctima de acoso en la calle. «Antes fue un intento de violación», le cuenta a BBC Mundo. «Estaba en la calle a las diez de la mañana y una persona me tiró al piso y me tapó la boca».
Un portero la ayudó. Ella no hizo ninguna denuncia, sólo lloró.
En aquella ocasión no acudió a las autoridades por temor a que no le creyeran.
Dar la cara
Esta vez decidió poner la denuncia, pero le tomó varias llamadas antes de lograr que un funcionario la tomara en serio. «Por un piropo no puedes hacer una denuncia», le dijo uno de los hombres al otro lado de la línea habilitada para recibir reportes de hostigamiento.
Al final, un funcionario aceptó tomarle la denuncia, pero también le aconsejó que la próxima vez no se defendiera porque podría ser ella la acusada por lesiones.
Esta fue la gota que rebasó el vaso. Rizzo decidió tomar cartas en el asunto, acudir a las redes sociales y dar la cara.
Se trata de un testimonio en el que sólo sale su cara, donde no hay grabaciones escondidas de los presuntos agresores, no ofrece nombres ni señala a ninguna empresa. Sólo cuenta lo necesario para dejar claro su punto e intentar crear conciencia.
«Que la cultura de la violación existe, y que hay una impunidad total, está más que claro», dice al final de los más de 3 minutos del video.